PRIMAVERA PARA MORIR
Para Virginia Woolf
Caminaba despacio con los brazos repletos de pájaros y flores, como si una primavera eterna la hubiera cubierto de milagros innombrables. Balanceaba la cintura sobre los círculos miméticos de la esperanza y un albor de llanto y lodo encendía hogueras sobre el mapa mundi de sus dedos. Era la primera tarde del último calendario, la precisa hora para el sueño venidero, mientras la tierra abría sus fauces con famélica voracidad de siglos. Allá, donde el horizonte pierde su nombre de paisajes y sombras, la estaba esperando la luz que agoniza sobre los cadalsos de la memoria. Por eso, la vida entera la coronaba de astros ahora que sólo quedaban los vestigios imborrables de sus huellas sobre el humo.
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