PRIMAVERA LLUVIOSA
He ido a comprarme un paragüas. Los voy perdiendo como el que se deja la memoria olvidada en cualquier rincón del calendario.
Y es que, por aquí, no estamos acostumbrados a estas lluvias, a esta generosidad ilimitada de fluviales abrazos. Incluso los más ancianos no recuerdan haber vivido una primavera así, tan especialmente húmeda, tan renovadora y limpia.
A mí me gusta la lluvia. Adoro los paisajes que se dibujan en las ventanas cuando las gotas cantan emocionadas baladas de remotas geografías. El horizonte, con sus miméticos montes, parece recrearse en acuarelas multiformes que un enamorado pintor cincelara a bocanadas de nostalgia. Me gusta, también, su aroma, esa mezcolanza de alquitrán y tierra virgen, de acacias y neumático usado, de paraíso y prisión urbana, civilizada y ambigüa.
Ya tengo la despensa lírica llena, casi como los pantanos o como esos pequeños riachuelos que había olvidado que, de vez en cuando, recorrían las arterias de mi memoria. Y es que, con la lluvia, todo brota con su naturalidad más paciente, no hay que forzar el esplendor de las manzanas ni el virtuosismo fugaz del verso. Todo va alcanzando su altura y su redondez necesaria a medida que es vestido con la seda del agua. Y es que, aunque no lo creamos, la lluvia es el maná que nos alimenta el alma y hace crecer esperanzas allá donde sólo habitaba la desidia y la tristeza.
Como en el útero materno, retomo las raíces y me dejo invadir por un mundo de acuáticas emociones, vuelvo al principio de los principios... renazco.
1 comentario
Eloy -
Un abrazo Sacra ¡Gracias por los regalos de tu pluma amiga!